La medicina es una de las profesiones que más filosofía de fondo maneja. Por lo
general al gran público sólo le llega la fórmula ejecutoria. Sin filosofías. Incluso
los profesionales suelen estar encuadrados en una u otra filosofía médica sin haberse
planteado siquiera la posibilidad de optar. Por simplificar, me sitúo en una división
maniquea de la medicina: la natural (no agresiva) y la convencional (agresiva). Es una
división arbitraria, como casi todas, pero es útil para analizar el concepto de
agresividad de la medicina. Vamos primero por su valor léxico.
Aggredior, aggressus sum, aggredi, significa ir hacia, acercarse, abordar
a alguien atacar, acometer, intentar... está formado por la preposición ad,
de aproximación o de proximidad, y el verbo gradior, que significa andar,
marchar, caminar, avanzar, ir. Este verbo está formado a partir del sustantivo gradus,
del que hemos obtenido las palabras grado, grada, gradual, degradar... y que significa
paso, marcha, aproximación, avance, subida, escalón (campo semántico este último en el
que se ha especializado). Por su origen y por los elementos que la forman, la palabra agresión
no tiene nada de agresiva. Pero la lengua ha optado por especializarla en este
significado.
Por lo que respecta a la medicina, está claro que la mayor gloria y remuneración
vienen de sus formas más agresivas. Como ocurre en todos los órdenes de la vida, la
medicina también tiene su épica, que naturalmente comporta riesgos. Bien cerca tenemos
la historia de los trasplantes de órganos, iniciada en Sudáfrica por el doctor Banhard.
Él fue el que asumió los riesgos y quien se alzó con la gloria. Los demás fueron
seguidores. La cirugía en general y los trasplantes en particular son procedimientos
sumamente agresivos a los que debemos los más espectaculares avances de la medicina. Los
fármacos son también cada vez más agresivos. Se va cada vez a mayores niveles de
eficacia en la dolencia concreta que se pretende curar, pero a costa de asumir cada vez
mayores riesgos. Son por supuesto los médicos que más se arriesgan los que obtienen
mayores éxitos, pero son también los más expuestos a sonoros fracasos.
Las enfermedades generadas por la propia medicina (yatrógenas las llaman) nos dan la
medida de la agresividad de ésta. Por ponernos en el extremo contrario, a la medicina
naturalista se la podrá acusar de bajo nivel de eficacia, pero no de ser generadora de
enfermedades. Ahora bien, son muchos los pacientes (sobre todo aquellos a los que la
medicina convencional no ha acertado a aliviarles de sus dolencias) que deciden que les
sale a cuenta asumir el bajo nivel de eficacia de la mediciona naturalista, a cambio de no
haber de asumir los métodos agresivos de la medicina convencional. En efecto, son muchos
los médicos que claman por una revisión a fondo de la medicina, a la vista de la
magnitud de lo que elegantemente se llaman hoy daños colaterales. Pero esto sería tanto
como pedirle a la industria del automóvil que se pasase del motor de pistones al
rotativo, que es mucho mejor.