Un estudio indica que el ejercicio
ayuda a las personas con un trastorno hepático cada vez más común a
mejorar su salud, aún cuando no adelgacen.
Otro estudio asociado demuestra que las personas con esa condición,
llamada enfermedad de hígado graso no alcohólica (EHGNA), deberían
reducir el colesterol y el consumo de proteína.
Ambas investigaciones fueron publicadas en la revista Hepatology.
Actualmente, el EHGNA es el tipo más común de enfermedad hepática en
el mundo desarrollado, explicó el equipo de la doctora Alexis St.
George, de la University of Sydney, en Australia.
Las personas con EHGNA tienen altos niveles de enzima hepática, que
son indicadores de daño en el hígado; obesidad abdominal y
resistencia a la insulina.
La EHGNA puede transformarse en cirrosis, que es una enfermedad
irreversible en la que tejido cicatrizado va reemplazando al tejido
sano del hígado.
Para su tratamiento se recomienda aumentar la actividad física y
comer más saludablemente, pero el equipo menciona que se desconoce
si una mayor aptitud física beneficia a las personas con EHGNA,
independientemente de hacerlos adelgazar.
Para investigarlo, los autores dividieron a 141 personas en varios
grupos: uno participó de una intervención física con tres sesiones
individuales de consejería; otro, de la intervención más seis
sesiones y un grupo control recibió sólo una sesión al inicio del
estudio.
Las sesiones fueron cada dos semanas para los dos primeros grupos.
Los consejeros alentaron a los participantes a hacer por lo menos
150 minutos de ejercicio moderado para mantener la salud o 200
minutos semanales si querían adelgazar. Caminar fue la actividad más
recomendada.
A los tres meses de estudio, los dos grupos que hacían ejercicio
eran nueve veces más propensos que el grupo de control a dedicarle
por lo menos una hora semanal más a la actividad física. Y aunque no
adelgazaran, disminuían la circunferencia de cintura.
Ese aumento de la actividad física semanal también redujo los
niveles de enzimas hepáticas, mientras que otros aumentos del tiempo
dedicado al ejercicio no lograron reducir aún más esos niveles.
"Se desconoce el motivo, pero existe la hipótesis de que el umbral
de modificación de los niveles de las enzimas hepáticas sería tan
bajo que hasta un leve aumento de la actividad física sería
suficiente como para mejorar los resultados en los análisis de la
función hepática", sugirió el equipo.
Las personas que mejoraron su aptitud física durante el estudio,
mejoraron también los niveles de colesterol LDL, la resistencia a la
insulina y otras medidas clave de salud metabólica, con respecto de
los participantes con la misma o menor aptitud física. La mejora más
significativa se dio en las personas con reducida aptitud física al
inicio del estudio.
En el segundo estudio publicado, el equipo del doctor George N.
Ioannou, de la University of Washington, en Seattle, analizó la
relación entre la dieta y el riesgo de desarrollar cirrosis o cáncer
hepático en 9.221 personas de entre 25 y 74 a años a las que se
controló durante más de 13 años mediante la encuesta llamada
National Health and Nutrition Examination Survey.
Las que más proteína consumían tenían más riesgo de necesitar
hospitalización por cirrosis o cáncer hepático o de morir por ambas
enfermedades, mientras que el alto consumo de carbohidratos redujo
el riesgo de desarrollar o morir por esas condiciones.
El consumo de grasa general no estuvo asociado con el riesgo de
desarrollar o de morir por enfermedad hepática, pero sí lo estuvo el
consumo de colesterol, aunque los niveles individuales de colesterol
en sangre no estuvieron vinculados con el riesgo de desarrollar
enfermedad hepática.
"El estudio eleva la posibilidad de que los factores alimentarios
sean determinantemente importantes, modificables y, hasta ahora, no
reconocidos de la progresión de la enfermedad hepática", concluyó el
equipo.